Page copy protected against web site content infringement by Copyscape

domingo, 3 de diciembre de 2006

En la mesa de un bar






Cuento publicado en "Los rostros y las tramas" de Editorial Dunken.




Estaba apoyado sobre la mesa de fórmica de un bar (cuyo dibujo era una vulgar imitación de roble, que mucho distaba de reflejar el espíritu y aroma de aquella noble madera) embelesado por el reflejo de las luces de los tubos fluorescentes, que se reflejaban en un plato de losa con vestigios de un guisado de lentejas; sin molestar a nadie... o al menos eso pensaba... diciéndome: qué curioso; que estos sitios tan impersonales; de una arquitectura fría, producto quizás de un arquitecto sin alma; de paredes lisas en tonos de ausencia de sensaciones; de pisos sistemáticos de caprichosa geometría; se convirtieran en ciertos momentos del día, en el refugio de poetas, prostitutas, peones de albañil, oficinistas, estudiantes y vaya a saber qué otra curiosidad, de esta rica fauna humana, que se reunían, más allá de por la simple necesidad de llenar sus estómagos, con un plato de comida o un café caliente, para intercambiar una amplia gama de emociones; de una complejidad asombrosa por momentos y por otros, de una monotonía que resecaba el alma.Y yo estaba allí. Como un simple observador objetivo. Un insignificante ser que no encajaba en aquella acuarela de tan variadas tonalidades.Claro, debo admitir, que había momentos en que disfrutaba de mi casi imperceptible presencia. De este modo podía infiltrarme en las más diversas conversaciones, que consistían a veces en intrincados planteamientos filosóficos acerca del amor y otras, de una simpleza tal, que no podían ser otra cosa que producto de una mente mediocre.Pero hubo una conversación en especial que llamó mi atención.A dos mesas de donde me encontraba, había sentada una joven de unos veinte y tantos años, de cabellos lacios y cortos color rojizo, que caían sobre su rostro como una pañoleta, resaltando su piel blanca.Al principio me desconcertó un poco, hasta llegué a pensar que me estaba hablando a mí. Miré a mi alrededor, como suele hacerse en estas situaciones en busca del receptor de la charla y fue, cuando volví a fijar la vista en ella, que me dí cuenta que en realidad, la joven estaba hablando a solas.Traté de agudizar mi oído, puesto que su voz era muy tenue y se perdía en el sonido de las voces de las otras mesas, que conformaban un zumbido grave a modo de mantra, y que por momentos sentía como si fuese capaz de abrir mi mente a percepciones y poderes supra-normales, tomando conciencia de mí, como parte de un todo y perdiendo la perspectiva de individualidad, ajena al entorno, que habíamos logrado con mi locutora.

“...te juro que traté. No sé porqué no me animé a quedarme con vos. Sé que esta decisión me va a pesar el resto de mi vida...”.

Por un momento pensé que se trataba de otra historia de amores truncos, de amantes cobardes, del temor a que en un momento de nuestras vidas, ya no nos convenza la mentira de que no necesitamos a alguien. Pero de todas formas, seguí escuchando.

“...no puedo sacar de mi mente el sonido de tu primer llanto, de tus ojos explorando mi rostro cuando te pusieron en mis brazos...Y tampoco entender porqué, aunque sabía que nuestro encuentro sería breve, busqué tu nombre durante tu dulce compañía dentro mío y nos imaginé riendo y llorando juntos...”.

Ya no me quedaban dudas. Era un hecho que aquella joven de dos mesas de distancia, debería enfrentar con valor su cobardía.Fue entonces que la miré decidido como para decirle algo, cuando de pronto me sobresaltó el sonido de la tasa de café golpeando contra la mesa. Y si bien amigos míos, me hubiese gustado quedarme aunque sea en silencio para acompañarla en su duelo, tanto ustedes como yo sabemos, que no es seguro para nosotras las moscas, quedarnos mucho tiempo sobre una mesa de un bar.

Gabriel Parrinello (codename: steppenwolf)


1 Comentario:

Sidel Zeissig dijo...

Ya, ya... esto es una genialidad...

Lo digo por milesima vez. jajajaja

Besos Lobo!!!!!!!!!!